domingo, 26 de junio de 2016

Dos viejos


                                  Juan José Morosoli


Fue una amistad que se inició en la ventanilla de una oficina de pagos para jubilados. Don Llanes tenía que escribir algunos datos personales. 
-¿Y usted no me la puede escribir? -preguntó al empleado. -No. Pero aquel hombre tal vez le ayude... Señaló a un hombre que estaba esperando. Este se paró y se acercó a la ventanilla, cobró y luego fue a hacerle el trabajo a Llanes. A fin éste presentó el papel, recibió el dinero y salió con el otro de la oficina. Ya en, la calle Llanes invitó: 
-¿Vamos a tomar una copa? 
-Le agradezco, pero no bebo. 
-Entonces acépteme unos bizcochos- 
-Mire, le digo la verdad, pero a esta hora no apetezco, Don Llanes lo miró de frente. Advirtió que era un "viejo poquito". Suave. Delgado. Atildado. Tenía buena corbata. Buenos botines lustrados. Y unas manos finas y blancas. Parecían de mujer. 
-Ta bien -dijo-. Yo cuando cobro, como alguna golosina y me paso alguna caña para adentro... La mañana estaba linda. Bien soleada la plaza. Bajo las acacias de sombra redonda, medallones de sol se hamacaban suavemente. Había un silencio agujereado por los píos de los gorriones. Don Llanes miró hacia los árboles. Sacó lo tabaquera y se la tendió al otro. 
-Haga uno. Es de contrabando. 
-Gracias, no fumo. Entonces Llanes preguntó: 
-¿Es enfermo usted? 
-No señor, pero me cuido. 
Se hizo una pausa. En el centro de la plaza, bajo una acacia dorada, el banco donde siempre se sentaba a comer bizcochos, parecía esperarlos. 
 -¿Que le parece sí nos sentamos a prosear? 
-Sí. Eso sí. Don Llanes era un hombre bajo, de cuello corto. Vestía bombacha ancha, de abrochar bajo el tobillo y calzaba alpargatas. De él se desprendía una fuerza tranquila. Su cara era plácida. Sin sonrisas, de mirada fuerte pero no dura. Una mirada que se quedaba un poco en las cosas. Hablaba despacio con voz gruesa y baja. Una afeitada reciente hacía resaltar más el tostado de la piel en el cuello y en la frente. Un tostado color ladrillo. 
-Yo estoy acostumbrado a sentarme aquí cuando cobro. 
-Yo lo he visto. Vengo seguido, pero después me canso. Pero al rato vuelvo a venir... 
-¡Fíjese! Entonces "el viejito" -así lo había bautizado Llanes- ya seguro del interés del otro por su charla, prosiguió: 
-Como no tengo familia vivo en una pensión... 
-Una cosa que yo no podría, ¿ve? -acotó don Llanes. 
-Si, es triste... pero.,. Don Llanes esperó un poco la continuación del relato, y preguntó después: 
-¿Y? 
-Eso. Tres en una pieza. Los otros son jóvenes. Trabajan, vienen a comer y se van. Después vuelven y se acuestan. La necesidad de contar algo de su vida parecía haber desbordado su prudencia frente a aquel hombre con quien hablaba por primera vez y que parecía tan diferente de él. Siguió: 
-Y no han caído en las camas y ya están dormidos. 
-Las camas son para eso. .. 
-Sí. Eso sí. Pero yo me acuesto y demoro en dormirme... Y después que me duermo me despierto otra vez.. . Me cuesta volver a dormirme. Hasta que me levanto temprano a esperar. 
-¿A esperar que?  
-¡Nada! ¿Usted sabe lo que es esperar nada? 
-Si le digo que no entiendo. 
-Espero la hora de almorzar... Salgo y entro y salgo otra vez... Doy vuelta la manzana y vuelvo... Me siento aquí y espero. Calculo que son las doce y son las diez... Las doce demoran mucho en venir... Almuerzo y tengo que esperar que pase la tarde y la tarde no se va nunca. Cuando llega la noche espero la cena... Me acuesto... No me duermo y lo peor es que me tengo que quedar quieto porque tengo miedo de despertar a los otros... Llanes le escuchaba. No entendía bien la tragedia del hombre pero se daba cuenta de que aquello era una cosa de esas que parece que no pueden ser. El otro seguía y Llanes se iba fastidiando con él porque aguantaba aquello y lo contaba con una lentitud que no estaba de acuerdo con su deseo de que terminara en algo. Que le pasara algo, en fin. Hasta que le interrumpió:
 -Pero amigo -le dijo-, ¿usted no se enloquece?... Porque eso es peor que estar tullido. 
-¿Cómo peor que estar tullido? 
-¡Pues! Un tullido está tullido. Pero usted puede andar. Irse. Hacer algo. Usted no está atado ni enfermo, ni preso, ni yo qué sé qué es lo que le pasa! 
-Sí, sí. Tiene razón, pero... Los dos se habían desahogado. Parecían quedar vacíos. El silencio ni los separaba ni los unía. Como si hubieran vuelto a su natural soledad. Así hasta que Llanes invitó: 
-¿Qué le parece si vamos a mi rancho y comemos un asado? El viejito aceptó porque le faltó resolución para rechazar la invitación. No se explicaba por qué había ocurrido esto que le sacaba de su orden, de su destino de pieza engranada en un vacío que le hacía funcionar sin que hiciera falta. Que le hacia funcionar porque sí. Sin explicación posible. Palabras fueron y palabras vinieron. La tarde se les fue sin advertirlo. Habían recurrido la quintita de Llanes. Llegaron hasta las barrancas del arroyo que distaba unas centenas de metros. Ya estaban cerca de la pensión. Habían caminado dos o tres cuadras sin hablar cuando Llanes dijo esto: 
-Lo que tiene que hacer usted es venirse a vivir conmigo. Pruebe. Si no le gusta se va...  El viejito vaciló. Miró a Llanes y contestó tímidamente: 
-Bueno.. Si usted quiere... El rancho era amplio. Limpio. Paredes de ladrillo y techo de quincha, plantado en un terreno de dos mil metros bien cultivado. En dos horquetas clavadas en la tierra, el mazo de cañas de pescar, con una bolsita enfundando las puntas. Llanes al lado del fogón tomaba mate. Era la primera mañana que iban a compartir. El viejito se lavó, se peinó y se acercó al fogón. 
-Buen día -dijo. Llanes por contestación le entregó el mate. Más que invitarlo le ordenó: 
-¡Tome! 
-Es temprano -dijo el otro-, usted madruga. 
-¿Temprano? Son las seis... Tras breve pausa, siguió: 
-Cómo va a dormir de noche si se levanta a media mañana... El otro no dijo nada. Pero pensó: 
-Si le llama media mañana a las seis, se levantará a las cuatro... Tomaron cuatro o cinco mates. Llanes volvió a ordenar. 
-Vamos al mercado... Hoy vamos a pucheriar... Cuando volvieron Llanes fue por verduras y leña. Al viejito le pareció que su deber era ayudar al amigo y se puso a lavar la carne. Cuando Llanes volvió lo encontró en eso. 
-¿Pero qué está haciendo, hombre? -le preguntó fastidiado-. ¿Se cree que la carne es una camisa? ¿No ve que le saca todo el jugo? El otro se quedó callado. Abrumado por la reprimenda. Llanes lo advirtió y le dio lástima. 
-Parece una criatura -pensó. Y dijo: 
-Usted no haga nada sin preguntar... ¿No ve que no sabe? El viejito empezó a agrandarse en la estimación de Llanes aquel día en que leyó el diario "para los dos". Leía y hacía consideraciones sobre lo que leía. Explicaba todo y Llanes le entendía. Le parecía "estar viendo" lo que él le relataba. Se le "representaban" las cosas, según le dijo. Era una crónica policial y al final comentó Llanes: 
-Es grandemente claro... Pero la muerte está bien hecha. 
-Sí, -dijo el lector-. Pero una muerte es una muerte... 
-Según. El que sabe cómo fue es él... 
-Sí. Pero la cárcel... 
-Eso no es nada. Yo le digo porque sé... Feo es dormir con un muerto abajo la almohada... Si usted mata pa defenderse el muerto se va... Si no, se queda... La justicia es usted ¿no le parece? 
-Eso sí... Pero... Callaron un momento. Luego preguntó el viejito: 
-¿Usted conoció algún caso? 
-Sí. Me tocó a mí. Tuve preso y después salí... Y sí le digo que no me acuerdo de la cara ni del nombre del muerto, no le miento... Y tras un silencio: 
-Bueno... Si las cosas no entraran y salieran de uno... ¡Dios nos libre! Estaban tomando mate cuando llegó aquel hombre. Era joven. Descendió de un camión. 
-Buen día -dijo. Y se dirigió a Llanes: 
-¿Cómo está? 
-Bien... ¿Y vos? 
-Bien. Señaló el camión y dijo: 
-Ahora trabajando bien... Es mío... 
-¿Y tu madre? 
-Bien. Se callaron. Parecían haber dicho todo hasta que Llanes preguntó: 
-¿Querés quedarte a comer?  
-No. Me tengo que ir... Tengo que cargar leña... Otro silencio. Pesado. 
-Así que me voy a ir... Le tendió la mano a Llanes y siguió: 
-Bueno... Que siga bien... 
-Gracias. Y dale recuerdos a tu madre. El joven subió al camión y partió. El viejito preguntó: 
-¿Y este mozo? 
-Dicen que es hijo mío... Se asombró el viejito. Nunca había oído a Llanes hablar de su familia. 
-¿Así que es casado entonces? El que se asombró ahora fue Llanes. 
-¿Casado? ¡no! Pero hijos debo tener dos o tres... 
-¡Aja! 
-He caminado mucho. Uno anda por aquí y por allá. Y como ni ayuda ni pide ayuda... Y los hijos son de la madre, no del padre. .. Si uno sigue y ella queda, quedan ellos. El viejito calló. Se concentró. ¡Qué hombre este Llanes! Sembró hijos. Mató un hombre. Olvidó a los vivos y a los muertos. Está solo y es feliz. Comprendió que los hechos de su vida los iba dejando olvidados, como si no hubieran tenido consecuencias. Como hechos que al realizarse murieran. Llamaban a la misa las campanas de la Iglesia. El viejito se levantó, se vistió con su traje dominguero y salió del rancho. Llanes mateaba. 
-Se durmió -le dijo y le alcanzó un mate. 
-Gracias -dijo el otro-. Hoy no puedo. Tengo que estar en ayunas. Esperó que Llanes le preguntara algo. Que le averiguara por qué se había vestido con aquel traje que desde que vivía con él no se había puesto nunca. Pero Llanes no pareció interesarse ni por la contestación que él dio al rechazar el mate, ni por el traje nuevo.  
-Voy a la Iglesia -dijo-. A comulgar... Voy medio seguido... 
-Y preguntó después: 
-¿Usted no va? Llanes pareció asombrarse. 
-¿Para qué? -preguntó a su vez. Y siguió-: No estoy enfermo.,. No preciso nada... ¿Para qué voy a ir?...¡No le parece? El viejito no le contestó y ganó la calle. Camino a la Iglesia pensaba: 
-Sí. Algo iba a pedir él... Pero no era para ahora. Era para después. . . Pero Llanes ni eso precisaba... Y recordó algo que le oyó decir un día ¿Pedir lo que a uno le tienen que dar?... Si se lo tienen que dar y no se lo dan el que está mal es el que lo tiene que dar... Entonces usted lo agarra... Por eso él no pedía nada... Ahora la vida de ambos tenía un ritmo parejo. De yunta. Comían, tomaban mate, pescaban. A veces recorrían la costa del arroyo. Hablaba el viejito y Llanes callaba. A veces hasta preguntaba algo, parando las lecturas del otro. Llanés cavaba la tierra. El viejito le seguía con fidelidad de perro, o iba al costado de él o le alcanzaba pequeñas plantas que el otro trasplantaba. Aquella tarde fueron al arroyo. El viejito vio cómo Llanes se desnudaba y zambullía en la laguna desde la alta barranca. Después iba y venía nadando de orilla a orilla. Cuando salió le dijo: 
-¡Pero qué hombre es usted Llanes! No entendió Llanes y preguntó: 
-¿Qué dijo? 
-¡Que sería lindo ser como usted! Se fastidió Llanes. 
-Déjese de bobadas -dijo. Y luego:
-Decirme eso a mi que no sé leer!... ¡Cállese! El viejo caminó dos o tres pasos, recogió la ropa de Llanes, y al tiempo que la alcanzaba dijo: 
-Vístase ligero Llanes... ¡Hace frío! Llanes sonrió. Desde que estaban juntos era la primera vez que sonreía.


Juan José Morosoli. Hijo de un inmigrante suizo de profesión albañil, concurre a la escuela sólo hasta cuarto año, cuando debe abandonarla para comenzar a trabajar. Poco tiempo después establece el Café Suizo, donde se reunía el legendario grupo de Escritores Minuanos integrado por José María Cajaraville, Valeriano Magri, Julio Casas Araújo, y el propio Morosoli.  Con posterioridad a su muerte, aparece, en 1959 "Tierra y Tiempo", año en que le es otorgado, en forma póstuma, el Premio Nacional de Literatura. La Fundación "Lolita Rubial", crea en 1991, la medalla "Morosoli" - Símbolo del Movimiento Cultural Minuano, y en 1995, la Estatuilla "Morosoli" y el Premio "Morosoli" - Homenaje a la Cultura Uruguaya. Hoy, unánimemente, la Crítica Literaria lo considera uno de los grandes de las Letras Uruguayas. Nace el 19 de enero de 1899 en Minas, Departamento de Lavalleja, y muere el 29 de diciembre de 1957. 

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