martes, 14 de enero de 2020

Ignacio Suarez

 



    




   
De niño


Yo de niño viajaba por los ojos.
Me escapaba por el cine o la palabra
con puertas con porteros o con libros
que escondía debajo de las sábanas.
La felicidad / si existía /estaba lejos
al final de los rieles azulados
en noches cenicientas como heridas
por el cuchillo amarillo que pasaba
metálico y fugaz cual tren fantasma
o en la cruz ondulante de algún barco
en la honda y salada patria de agua.
Yo me iba de allá / del pueblo o casa /
por el sueño del circo o los gitanos
cabalgando hipocampos o pegasos.
También por el asombro permanente
de la poesía o en el prohibido amor
de una muchacha. Pájaro y canto.
La belleza en el aire de sus alas y en el
el renacimiento de la piel, ese milagro.



Aroma de tango


Un aroma de ti vuelve
en la tarde de sol cansado
de aire de otro tiempo.
Y sobrevuelan la memoria
herida las palabras no dichas
las copas compartidas,
los silencios…
Hay un color de tango
entre las piedras de la
calle Petrarca.
Si. Hay aroma de ti
y no hay regreso…


Lluvia del Salvo


Una vez más Enrique
el viento de la noche
golpea los postigos
araña las ventanas
y gira y gira grisazul
ante el Palacio Salvo
en su viejo ritual de
sudestada de memoria
de lluvia montevideana
de plaza independencia
viento de 18 y Andes
como en una película
de Gardel o de barrio
de vida blanquinegra
que erosiona desgasta
como el oscuro vaivén
del agua oscura como
de puerto o tango triste
agua del Río de la plata
en esta madrugada de
muertos y de barcos
de sueños naufragados
y una copa amarilla
bebida a tu salud como
un pequeño sol/ solcito /
me entibia el alma
y la garganta… (A Enrique Estrázulas)



La noche gira


La noche gira
La noche gira y gira
en mi habitación
del Palacio Salvo
como caballo de calesita
o casa de la infancia.
La noche gira y gira
fruta amarilla
/ amarga y afiebrada /
de luna ventanera
gatuna o agatada
y me susurra pianos
remedios o poemas
de azules y palabras.
Y un silencio tibio
como de viejo patio
gira y me dice
que lo que estaba está
insistidor y leal.
Y vuelve/ y vuelve /
infinito y sonoro
caracol de la mar
lento giro de noria
espejo del ayer girando
la lenta y montevideana
memoria trasnochada.


Ellas llegan de noche




Ellas llegan de noche y yo las siento
silentes en lo oscuro de la casa.
Sus levísimos pasos. A veces con
risitas o palabras apenas susurradas.
Unas miran mis manos / de principito /
dicen. Otras - yo ya sé cuáles son -
me levantan la sábana y mi sexo
otra vez es mirado con ojos picarescos.
Unas miran mis pies lo que anduvieron
la vida tras sus pasos. Miran sus mapas
de puntos invisibles y me acarician las
penas y cansancios por el arte de andar
sobreviviendo a toda vela y desvelado.
O ese otro oficio empecinado y loco:
El de estar aún -y todavía- parado ente
la vida intentando cambiarla, que no es
poco. Unas llegan de elegantes salones
tan bellas y tan finas y a la moda. O de
calles cubiertas de panfletos de gritos
de consignas y de banderas rojas.
Unas con letras de niños en cuadernos
y otras de manos de arcoíris y pinturas.
Unas con caras de libros y vigilias.
Otras de fronteras imprecisas o planos
superpuestos… Pero todas desnudas.
Buscando como hasta ayer buscamos
por la piel el alma sin adioses. La paz
y la alegría. Y en las luces ocultas
de memorias profundas como océanos,
en las alas abiertas de orgasmos cual
jazmines / o en los besos no dados /
el pan tibio de Dios y las ternuras
que rompan para siempre con las duras
soledades el silencio y los naufragios.
Son los duendes alados de mis amores
pasados. Mis amantes, mis muchachas
compañeras. Las oficiantes de la dulce
magia, íntima de secretos y misterios.

Ellas llegan de noche y yo las siento.



                                          Aparicio y la niña


 Alguien me contó que su abuela le contaba:

Tenía trece años. Había que evacuar
Melo por un ejército profesional
salvaje y colorado. Llovía.
Yo iba con mi familia sentada
en el pescante de un charré o landó
de vestido y zapatitos blancos.
Un hombre comandaba la estampida
/ a los gritos / de barba y poncho mojados.
Yo vi en los estribos de plata sus pies
descalzos. Al verme, asombrada de mirarlo,
tan dulcemente sonrió cuando pasó a mi lado.
Todavía lo recuerdo . Aparicio cabalgando
vuelve / desde la infancia / en una mezcla
de aromas conmovedor y extraño:
Huelo a tierra mojada y a lavanda,
a hombre y a caballo…


Hotel Cervantes


Yo dejé mi reloj
para pagar la cuenta
una mañana…

El crujiente ascensor.
Los largos corredores.

Nos esperaba la habitación
que desveló a Cortázar.
/la puerta condenada/

Los aromas añejos
de la infancia de Borges
/que estaban, también
en el Aleph/ estaban.

Y allí, entre las frías sábanas
los pisos de madera
y el oscuro ropero
con una luna opaca,

mi voz / oliendo al alcohol/
buscaba /entre las sombras/
tus labios en esa madrugada.

Y el niño que lloraba
llora /todavía/
en la pieza vacía de al lado…

           (del libro Tango por dos, 2010)


Ignacio “Nacho” Suárez (Rocha, 1944) es poeta, docente, periodista y productor. Ha vivido en Buenos Aires, Madrid, México D.F. y Londres. En la actualidad reside en Montevideo. En poesía ha publicado los libros Casi tango (2007), Pájaros azules y otros tangos (2009) y Tango por dos (Botella al mar, Buenos Aires, 2010, en coautoría con Alicia Bederián, con prólogo de Horacio Arturo Ferrer),

Entre sus letras debe destacarse “Los boliches”, “María de las esquinas” y “Poeta al Sur”, que integraran el repertorio de Alfredo Zitarrosa.  Es miembro correspondiente de la Academia Argentina del Tango, por lo que ha impartido numerosas charlas y conferencias sobre el tema