Carlos Maggi
Hubo, sí, deshollinadores como institución. Yo recuerdo haber visto uno que, desde entonces, es el príncipe o el presidente de todos ellos.
Fue una tarde, tarde, en una calle recién hormigonada que corría entre dos baldíos verdes y planos, como canchas de fútbol. Pasó el presidente en una bicicleta plateada y veo, todavía, que llevaba al hombro unos palos largos con escobillones o hisopos y unos rollos de alambre. Vestido de negro impecable y sobresaliendo entre los hombros curvados el retinto cilindro de su galera, pasó rápidamente deslizándose en la marcha pulida y silenciosa que trazaba la bicicleta. Por todo esto, tal vez, y por ser el crepúsculo, se me fijó en la memoria asociado a elementos nocturnos: murciélagos, telarañas, grutas, fracs.
Es cierto, el deshollinador es el carbonero vestido de etiqueta; es un carbonero destilado, sublimado, abstracto; es el espíritu del carbonero, su alma libre, ingrávida, veloz. Enemigo esencial de las bolsas pesadas y ásperas y de las tristes carbonerías donde cuelga una luz amarilla, el deshollinador es espíritu sólo, nocturno y libre, que acompaña con toda su alegría, con su levedad, la fuga despreocupada del humo y del hollín.
El deshollinador tardó mucho en enterarse de que el carbón existía, y mucho más demoró en estar al tanto de la llegada de ese carbón adulón y pegajoso, que es el petróleo. Cuando lo supo, la noticia lo mató.
El carbón es analfabeto y bruto, y por eso, indefectiblemente, se llama carbón animal o lo que es peor carbón vegetal, o peor aún, de piedra. El humo en cambio es un soñador; casi un metafísico, un verdadero artista. Por eso el hollín, su obra maestra, está construido con las mismas intocables moléculas que la poesía.
Con las manos y el cuerpo todo, metido en ese mundo de fantasmas negros, el deshollinador tiene que ser un hombre delgado y pálido, que por momentos se parece a Arsenio Lupin, y por momentos, a Rimbaud.
El deshollinador es hermético, porque sabe los misterios del humo, porque descubre sus formas antes de que aparezcan contra el cielo. A simple vista, a vista simple, parece malo y taciturno, pero en realidad es sólo profundo, es únicamente, para su tragedia y su triunfo, el negativo de un panadero; él trabaja sobre la vertical de las chimeneas, suspendido entre el fuego y el sol, mientras que los fabricantes del pan, materialistas, sudan en la fatiga horizontal, frente a la puerta de un horno. No es lo mismo ver el fuego de perfil, que contemplarlo desde arriba. No es lo mismo trabajar tapado por un techo, que tener sobre la cabeza el hondo orificio de una chimenea, por donde se asoman a titilar, en pleno día, las mejores estrellas.
Carlos Maggi,(1922-2015) fue escritor, dramaturgo, ensayista y periodista uruguayo.
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